diciembre 15, 2010

TODOS COMIERON Y FUERON FELICES... - Camilo Andrés*


Joaquín había salido por las empedradas calles de su pueblo a embriagarse endemoniadamente. La jornada de trabajos en la casa de la señora Rita se habían puesto mucho más pesados desde el día que llegaron sus hijas Angélica del Carmen y Paula del Carmen de la gran ciudad a pasar las fiestas del pueblo en aquella casa que las había visto crecer y de donde salieron hacía dos años siendo unas vírgenes señoritas de pueblo decentes y de su casa.

Agustina era una empleada de la casa de los Salazar, familia de bien y a quien Agustina les servía desde que era una pequeña, pues su mamá fue la empleada de los viejos Salazar y al morir, como si fueran una herencia, pasaron a ser las empleadas del hijo Mayor, don Salazar y su familia compuesta por sus tres hijos Julian, Carlos y Franco. La madre de Agustina había muerto hacía un par de años atrás, y aunque eso ya era parte del pasado aún rondaba en el corazón de Agustina esos recuerdos de esa buena madre que tuvo.

Eran días de fiesta en el pueblo y cada uno de sus habitantes era común verlos haciendo prácticamente lo mismo año tras año en esta semana de alegría y devoción al emparrande. Agustina había quedado de verse con los muchachos, sus amigos de toda la vida entre los que estaba Joaquín, ellos habían empezado a tomar en el parque del pueblo desde el mismo momento en que el alcalde habia decretado abiertas las ferias del pueblo. Agustina se veía bien esa noche pero desde que llegó Joaquín no le quitó la mirada de encima, al parecer tanto tiempo de trabajo y encierros en la casa de la vieja Rita le habían hecho despertar por Agustina esos instintos que había guardado durante tantos años. Agustina moría de amor por ese inglés desparpajado que alguna vez recorrió el pueblo en su hermoso caballo y con quien había caído en el placer de la carne por primera vez hasta el día en que amaneció en aquella caballeriza, sola, sin el relinchar del hermoso corcel y con una nota en medio de sus dedos que decía "Siempre serás un hermoso recuerdo de lo candente que son estas tierras". Trago iba y trago venía, aquella tarde en la que amos, capataces y esclavos eran de la misma alcurnia, tenían el mismo valor y se podían sentar en las mismas tablas que por mesas el gobierno del pueblo colocaba para fiestar. 

Doña Rita no salía al pueblo en fiestas, lo había vuelto a hacer desde el día en que murió intempestivamente el señor Díaz, su esposo, manera extraña se había caído del balcón donde todas las mañanas se sentaba a leer su periódico, beber su café y gritar a Joaquín por que trabajara más fuerte con su ganado. Extraño motivo el que hiciera esto que el cartero Alexander, quien no tenia ni arte ni parte con esta familia, visitara de forma continua la casa de los Díaz, claro tal vez para saber el estado de la difunta quien en su juventud había tenido miles de amantes pero un solo amor, el señor Díaz. Las "misias", hijas de doña Rita siempre habían sido muy recatadas al ir hasta el pueblo en los días de ferias, no soportaban tanto borracho buscándolas para cualquier cosa, pero este año era diferente, eran más mujeres y en el pueblo se decía que habían perdido todo su pudor durante ese año que habían vivido en la capital. Paula del Carmen tenía claro que quería en ferias, buscar un esclavo que se la metiera tan rico como su novio capitalino, pues esos días de distancia con él iban a ser largos y ya lo estaba extrañando. Angelica del Carmen no andaba ennoviada con nadie, pero su plan era andar con todos y si existía la posibilidad con alguna que le diera el papayaso. 

La noche iba cayendo y más de uno moría de la borrachera por la calle, Joaquín se había desaparecido unas horas del grupo tal vez se había bebido alguna botella más en otra mesa pensaba Agustina. Lo cierto era que había sido carne de la carne que venía a buscar Angélica del Carmen. Fue muy fácil, dos miradas, un poco de piel pierna arriba por parte de ella para antojarlo  y a consumar en la caballeriza que quedaba a un par de cuadras tras la alcaldía del pueblo. Cuando Joaquín volvió Agustina ardía en esos calores del deseo y sus miradas de la llegada hacían un húmedo efecto que acaloraba su sexo, por supuesto al ver a Joaquín volver, no pudo contener más, soltó una sonrisa picaresca y cruzó las piernas para contener ese río de pasión que se estaba desbordando en su sexo. Era cuestión de minutos para que él se repusiera de la faena anterior y volviera al ruedo, pero esta vez con el lujurioso cuerpo de Agustina que ladraba por ser probado.

Los hermanos Salazar eran sujetos extraños, en el pueblo se les conocía por ello y luego de muchos tragos en el tablado de feria lo eran aún más. Sus gustos tenían aberraciones y ellos habían sido la solución perfectamente carnal para Paula del Carmen quien a falta de uno se fue con los tres al viejo zaguán, sacaron sus ropas y cada uno terminó lo que había ido a buscar con Paula del Carmen.

Y así, al caer la noche, en ese instante en que es más oscura, a solo unos segundos del amanecer, las calles se volvían a llenar para que cada uno de los habitantes de este pueblo lujurioso volviera a su posición, a su casa y su cama real. Esa noche no hubo quien se quedara sin probar pecado, todos comieron y fueron felices...



*Camilo Andrés más conocido como @n0ta_mental tiene un Blog que ha arrancado más 
de una lágrima!  (estoy segura)

3 comentarios:

  1. jajaja muy buen post... me encanto!!
    no podría haber mas lujuria en un pueblo!! ahhh y como se llamaba??? (pa la imaginación)

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  2. yo tambien quiero saber como se llamaba ese Pueblo... de esas que uno de refilón se pegue un paseíto por allá....(como dice Everlyco "pa la imaginación")

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