junio 22, 2011

UN DÍA DE FÚTBOL

El pasado sábado fue un día de contrastes.  A las 8 a.m. estaba sentadita juiciosa en una tienda, en uno de los barrios periféricos de la ciudad, solo esperaba que llegara la persona con quien debía encontrarme y posteriormente dictar una capacitación a madres líderes comunitarias.   Durante la espera, que no fue corta, vi cómo el barrio se iba despertando con sus personajes característicos, algunas ventanas tenían banderas del Nacional y mientras eso recordaba que la noche anterior había dudado irme con camiseta verde ya que el plan era ir luego al estadio, lo hice igual.

Finalizada la capacitación una de las madres presentes, nos invitó a su casa a tomar "chicha" que ella misma había estado preparando con no menos de 15 días de antelación para disfrutarla justo este día, organizó con otros líderes un asado para verse el partido en comunidad, pero  como no hay plata pa' tanto... o hay para la carne o la habrá para la cerveza y preferimos comer, la chicha la mezclamos con algo más para poder celebrar y el televisor ya nos lo prestaron para ver cómo mi Nacional queda campeón - ¿Y si no gana? (pregunté espontáneamente con la cara de hincha que hasta yo tenía ese día) - Igual celebraremos porque estamos bien y porque en la próxima será.

La casita, armada por partes, tenía todo fríamente calculado para los invitados, algunos vecinos estaban llevando sus muebles para poder acomodarse frente al tv. que apenas ahora le podían coger una imagen con una antena improvisada. ¿Y usted también se va a ver el partido? - Sí claro.  No era necesario decir más, aunque en esas dos palabras estaba escondiendo mi gran emoción de ir por primera vez a un partido  en el estadio, fue simplemente un golpe de suerte, me gané una rifa que desde el día anterior me tenía con las manos sudorosas, el corazón a mil, la ansiedad de ver el estadio remodelado, de sentir la emoción de las tribunas con cada jugada... Creo que hasta los ojos me brillaban.

Al bajar de allí, mi abuela me invitó a almorzar, luego me despidió con un "disfrute el partido y aléjese de los vándalos que por lo visto, hay muchos". La adoré y sin mucho convencimiento le dije que no pasaba nada y que en lo que acabara me iba, para evitar problemas en caso tal.

Mientras esperaba a las afueras del estadio a que llegaran con mis boletas y el amigo con el que entraría al estadio, me hice a la compañía de una vendedora ambulante a quien le compré agua y cigarrillos, entre los cuentos que me decía mientras gritaba la típica frase "sí hay, sí hay agua, cerveza, cigarrillos, sí hay chicles..." Al parecer la noche anterior había vendido más en un par de horas en el mismo lugar, que lo que llevaba por el momento luego de 8 horas de trabajo.  Me indicó a qué revendedores se les podía comprar boletas a último minuto con confianza y a cuáles no porque no son de aquí, generalmente vienen de otras ciudades a dañarle el negocio a los de acá.  

Su cara de cansancio mientras le daba instrucciones a su hijo para que vendiera más, solo se equiparaba con la necesidad que tenía, estaba atrasada con el pago del arriendo y al hijo le faltaban un buen par de tenis y me repetía varias veces Ojalá mi Diosito sea tan grande y que gane Nacional para que yo pueda vender todo lo que traje hoy. 


Más se acercaba la hora y entre mi emoción autocontrolada más las historias escuchadas durante el transcurso del día, por mi cabeza no pasaban sino pensamientos positivos, sí obviamente quería que ganara el Verde, quería disfrutar de un muy buen partido, ya me imaginaba sin voz de todo lo que gritaría y al tiempo quería que todo saliera bien para ese par de mujeres que, como muchas, dan todo de sí para sacar adelante sus familias y en cuyo caso la paz en su comunidad.

Pasaron los 90 minutos largos y sufridos por ambos equipos, mi piel de gallina, el árbitro que no colaboraba (o dirán lo contrario los hichas oponentes), los hijueputazos de cada quien, la pólvora, las banderas... Y cuando finalmente quedamos campeones, deseé que a ellas dos les fuera bien en esa noche larga que nos esperaba.

junio 16, 2011

"LOS AÑOS NO VIENEN SOLOS"

Al cumplir diez años de graduación del colegio los compañeros decidieron hacer un reencuentro. Me animé pensando será una rumba, seguramente pesada pues ya después de crecidos cada quien ha cogido y dejado por su lado los vicios... Algo normal, me animé de una.  Luego como por arte de magia, la cosa se fue tornando en paseo a finca con piscina y luego pensé "mierda ¿en qué putas están pensando?", pues a algunos de ellos no los veía desde el día de los grados a otros los vi hace 5 años, pero ya está, el haber crecido con ellos, pues estudié en el mismo colegio desde 2º de primaria hasta 11º, no me hace emocionarme locamente por verlos.


Muy sencillo, en el colegio es bien sabido que los niños y las niñas son crueles, no me incluyo porque no hice parte activa de ponerles apodos a ellos, mas bien fui activa en que ellos me los ponían a mi. Mi salón casi siempre compuesto por un 80% hombres, era de alguna manera dividido en dos grupos: Los farandulitas populares pero estudiosos y los rockeros nerds, sobra decir que estaba en la segunda categoría, éramos a los que nos la tenían montada y yo sumé en mi haber unos 10 apodos distintos y ninguno bien ponderado de mi parte. 


Por tal motivo, decidí que si el reencuentro implicaba finca con piscina, debía llegar físicamente opuesta a los apodos (que por mi bien, no mencionaré aquí), el tema prácticamente me cambió la perspectiva durante poco más de un mes. 


Experimenté un par de dietas, una no muy buena de solo 7 días y sí que sufrí haciéndola, pero ya me imaginaba a los chicuelos diciendo que estaba mas linda que antes, entonces la seguía sin decaer, finalmente pasé a otra mas balanceada y nutritiva que la otra... ¿Y todo para qué? Las niñas no llevaron vestido de baño y yo me había comprado uno un par de días antes solo por la "ocasión" y después de un mes de dietas, de renegar contra el mundo, de tener un toque de mal genio y mucha gastritis, había que ponerse el vestido de baño. 


Resultó que como yo, todas no estaban tan emocionadas con la ida a la finca, los hombres claro! De una armaron un partido con los mismos equipos con los que solían jugar en la infancia, se empantanaron hasta los huesos y mientras tanto yo deseaba ser hombre por una vez en la vida, y no estar dentro del grupo de las niñas delicadas esperando no recibir un balonazo y obvio no meterse a a piscina porque a pesar de ser flacas dijeron "noooo ¿piscina? y la celulitis y el gordito... No, no qué pena!" En el fondo yo las quise matar. 


Al recordar los viejos tiempos, me di cuenta de que afortunadamente luego de 10 años todos aprendimos a reirnos de los apodos y de las anécdotas muy penosas de cada uno, casualmente nadie habló de mis apodos (cosa que me sorprendió). Pero al preguntarme sobre mi vida, les dije "que cuando entré a la universidad, decidí ser parte de esa otra categoría que implícitamente había en el grupo, fui quien ponía apodos, pasé de no participar tanto de las rumbas varias que ellos organizaban a ser precisamente el alma de la fiesta, seguí con el perfil de estudiosa aunque habían unas que me ganaban en la u." Ahora en el fondo, agradezco haber sufrido tanto en el colegio pues me ayudaron a que posteriormente, yo lograra ser lo que soy ahora con mejoras y uno que otro resquebrajón. 


Sí, definitivamente los años no vienen solos... La dichosa finca me demostró que para recordar con gracia los momentos malos del colegio, se necesita simplemente crecer, sanar y madurar (lo que se hace cada día que pasa) y el resto del mundo que se coma un pito.



LA TUSA ES PA' MACHOS - Juan Manuel Reyes*

Es difícil reconocerlo. La imagen social del macho al que no le duele nada está muy imbuida en la mentalidad colectiva de la población colombiana, y como tal es muy complicado, como hombre, reconociendo esta imagen social - que impone una especie de invencibilidad al hombre – salir uno de buenas a primeras, en público, a decir “me dejó mal esta vieja, hermano”.

Uno no lo va a reconocer al principio. La negación de la culpa intenta servir de máscara para la crisis interna del yo, se oculta detrás de la fuerza. Así como cuando a uno le salen con una patada criminal en un partido, y se levanta cojeando pero sigue en la cancha, porque “no me dolió, no es nada” hasta que llega a su casa a ponerse hielo. Así mismo, la novia lo deja a uno, o la pelada de la que uno está tragado se cuadra con otro, y uno sale con un “no importa… hay 3500 millones de viejas en el mundo. Imposible que ahí no esté la mía”. Y sí, ahí está la mujer de uno. Pero que no quiere nada con uno.

A cualquiera nos pasa, y el que diga que no, niega la paja (y la madre, de paso). La posibilidad de lidiar con ese proceso sicológico tan complejo que es el duelo por la pérdida de un ser querido, que en el caso de las relaciones lo llamamos “tusa”, se reprime y se reprime hasta que se hace inaguantable, y estalla de la peor manera. La borrachera, habitualmente, es la chispa para desencadenar este estallido de, como diría la oración, “los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.

Un amigo que está en ese proceso me dio la muestra total, en el mes anterior. “Yo la amaba como un putas”, me dijo, al borde de las lágrimas. “Yo la amaba como un putas, y ella se fue a la mierda”. Se sirvió otro aguardiente, fondo blanco, y volvió a la carga: “todavía la amo como un putas, y usted no sabe, marica, no sabe cómo duele seguirla amando así, y que ella no me ame”.

No tuve el corazón para decirle que sabía lo que estaba pasando, aunque lo sabía. Todos sabemos cómo duele que haya una mujer que amemos como un putas y que no nos ame. Otra cosa es que salgamos a reconocerlo. Entonces, ocultamos nuestras lágrimas literalmente, en el castillo que es la habitación de uno. Y que suene la música: sea Layla de Eric Clapton, Laura no está de Nek, Sour Girl de los Stone Temple Pilots, Dime de Rubén Blades, o Fue de Soda Stereo, o la que sea. Hasta las publicidades nos ponen sensibles. Y uno dura tres meses sin oír Wonderwall de Oasis, porque nos recuerda a ella. Pero no, en público no, los machos no lloran y hay que mostrarse más y más duros, así nos duela más y más por dentro.

¿Por qué? De nuevo: los machos no lloran. Uno no llora, uno es y debe ser un verraco. Si uno llora, y muestra su despecho, los amigos lo pordebajean tratándolo de niña o de emo. Y por eso, uno esconde la tusa. Hasta que la pena, que flota en alcohol y sabe nadar, sale disparada como un corcho, y el tipo rudo al que no le duele nada resulta llorando como plañidera, porque en el bar de turno sonó Ella Mintió de Lavoe.

Por eso la tusa es pa’machos. Uno tiene que tener los pantalones muy, muy bien puestos para poder superar su duelo. Y para que, cuando toca lidiarlo, poder lidiarlo más allá de lo que digan los amigotes, porque el duelo y la pena reprimidos hacen daños. Uno sabe que, como canta Blades en Dime, tiene que arrancarse del alma el inmenso dolor de esa pena de amor, de esa pena de amor. Y ocultarlo resulta haciendo todo lo contrario, aunque uno lo hace por no mostrarse débil. Y mostrarse débil no lo hace a uno menos varón. Ese paso, reconocerlo, sirve muchísimo para aprender a negociar que sí, que uno puede mostrar ese duelo. Y llevarlo con más dignidad que caerse de la borrachera echando la madre por “esa hijueputa que tanto amé” en una barra.

Tal vez por eso, Rubén Blades puso Dime en el mismo disco de Pedro Navajas…



* Juan Manuel Reyes conocido en el bajo
mundo como  @Machecor
y lo pueden leer en su Blog.


 
 
Blogger Templates