octubre 25, 2012

LAS DOS CARAS DE LA MONEDA (SELLO)


Estaba reprimida, todas sus culpas se limitaban a lo mismo de siempre, ella amaba una noche y emprendía su retirada, a veces sin recordar el nombre de él, de ellos, simplemente se iba. Pero ¿Qué pasaba por su cabeza? cada que deseaba ser querida, amada, que la tomaran de la mano en la calle, pero siempre que veía un hombre, solo pensaba en tenerlo por esa noche, esa era su forma de sentirse hermosa, no había de otra, eso tal vez nunca cambiaría. 

Esa noche decidió vestirse para la ocasión, tacones rojos altos, medias de malla, minifalda negra, blusa translucida, de esas que se usan ahora, entró al bar de siempre, se pidió un whisky sin hielo, se lo tomó de un solo sorbo, se quedó en la barra, desde allí podría ver quién sería su presa por esa noche. 

A la distancia, se veía un hombre solo, sentado en una mesa, se tomaba una cerveza y al parecer esperaba a alguien, porque miraba el reloj constantemente, eso a ella no le importó, se acercó a su mesa con dos vasos y una botella de whisky "esta va por mí" lo demás va por vos, él se sonrió y cortésmente le dijo que por esa noche rechazaría la oferta. Ella se fue del sitio con su botella en la mano y al llegar a casa decidió destaparla y tomarse unos cuantos tragos antes de dormir vestida con su ropa sexy. 

Pero los días con sus noches fueron pasando y la obsesión por ese hombre desconocido fue creciendo, no veía la hora de que fuera jueves de nuevo para buscarlo en el bar, pero pasaban y pasaban jueves y él nada que aparecía. Hasta que se llegó el día en que por fin lo vio entrar. Estaba solo al igual que la noche en la que lo había conocido. 

Esta vez, él fue directo hacia ella en la barra, no la reconoció ni se acordó de ella cuando le dijo "¿bailamos?" y Lucía accedió, bailaron varias canciones continuas de salsa y de tanto en tanto se cruzaban nombres, se llamaba Ernesto, vivía en la ciudad hacía tres años, era ingeniero y salía poco. Ella con esas pocas palabras creyó que se enamoraba, no era igual a los demás, a los que desechaba con tanto asco. 

Se acabó la fiesta y se fueron juntos para la casa de Ernesto... No hubo centímetro de piel por el cual no pasaran sus manos, sus lenguas, sus dientes... Hasta que finalmente cayeron dormidos, extasiados y exhaustos de placer. Lucía se despertó primero y desnuda como estaba se preparó un café tratando de no hacer mucho ruido, empezó a recorrer el apartamento, a ojear los libros de su escritorio, su curiosidad no se saciaba con nada y seguía pensando en cuál era el momento en el que debía irse de su casa, generalmente ni se quedaba a dormir, pero allí lo había hecho, había dormido con un hombre por primera vez en su vida y sentía que quería quedarse allí por horas, pero sus culpas, sus miedos, no le permitían darse ese pequeño regalo. 

Lo despertó, esperando que entre la conversación él le dijera que ya era hora de irse, pero Ernesto no lo hizo, en cambio le preparó desayuno y conversaron por horas, hasta que sin preguntarle, decidió pedir almuerzo para los dos, ella sorprendida, pensaba me voy luego del almuerzo, pero él la retenía, la amarraba con cada palabra y cada gesto. Almorzaron, durmieron juntos un rato más, hasta que finalmente ella decidió irse dejándole una nota en una servilleta "Gracias por el regalo tan maravilloso que me diste, la vida nos unirá de nuevo, si así ha de ser. L."




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