Liz era una mujer de unos 30 años de edad, alta, ojos saltones, de cabello largo negro que a veces solía tinturar de algún color de moda, tenía solo un tatuaje que rodeaba toda su espina dorsal hasta llegar a su culo. No tenía un cuerpo escultural, sin embargo amaba sus pocos kilos de más y consideraba que eso más que un defecto, era algo que atraía debido a su hermosa cara y estatura. Provenía de una familia muy adinerada de la ciudad y a pesar de las consideraciones de los demás, había logrado escalar por su propia cuenta hasta donde se encontraba ahora como presidente de una empresa de reconocimiento nacional. No se había casado y tal vez habría tenido un par de parejas estables, pero consideraba que la monogamia era cosa de otros tiempos.
Le encantaba dedicar su tiempo libre a idear estrategias para satisfacer los deseos tanto propios como ajenos, mientras que ella estuviera cómoda con ello y para tal fin, había decidido comprar esa vieja bodega casi en ruinas. La remodeló por completo, diseñando espacios interiores, de diferentes tamaños, colores, decoración y objetivos. Tenía todo un mercado al cual dirigirse y como buena empresaria, sabía el público que iba a atender allí. Lo que no sabía era realmente hasta donde iban a llegar sus ansias de placer, de deseos, de satisfacciones.
Para la inauguración tenía invitados que había logrado conocer a fondo en sus experiencias sexuales anteriores. Ya había visitado bares swingers, se conocía todos los moteles y prostíbulos, bares de strippers y todo el abanico de opciones que había encontrado en aquella ciudad, por lo que no era difícil llegar a tener un público selecto. Todo lo hacía bajo un seudónimo que usaba hasta para presentársele a una persona en un sitio cualquiera.
Al interior había un bar lleno de licores y drogas, con disponibilidad abierta a todos los presentes, música, shows en cada salón, cámaras grabando a todas las personas, no había un solo lugar que no estuviera fríamente calculado. Ella con su corsé de cuero negro, ligueros con finos detalles en satín, botas altas y látigo en mano recibió a uno por uno los 80 invitados (hombres y mujeres) que disfrutarían todo un fin de semana, de las cosas menos imaginadas posibles.
Al verlos, Liz se sentía más excitada, no veía el momento de saber quienes serían sus elegidos para hacer todo lo que de allí no saldría. Decidió empezar por lo que consideraba mas suave, entró al salón de fetiches donde encadenó de brazos y pies a la primera mujer que entró, comenzó por pasarle por su piel desde suaves plumas hasta duros papeles de lija, chocolate líquido, mieles… Ambas estaban completamente excitadas, sus besos, sus gemidos de placer hicieron que se viniera de una manera descomunal. Pero solo estaba empezando, decidió dejarla allí encadenada a la pared para que los demás disfrutaran de ella.
Tomaba poco, no quería perderse de ese placer de estar en su propio lugar haciendo lo que se le viniera en gana. Mas tarde, entre besos y masturbaciones que disfrutaba de vez en vez, ingresó a su habitación más deseada de sado masoquismo, primero se sentó a observar como los demás se amarraban al interior de la jaula metálica con los fuertes lazos que bajaban desde el techo, a la izquierda del salón, había toda clase de objetos de tortura posibles, argollas metálicas, ganchos, agujas, varas, esposas, consoladores de metal, disfraces para la ocasión, látigos con taches... Allí hacían presencia una mujer y un hombre, que estaban amordazados y amarrados a los barrotes de la jaula, las diez personas restantes se calentaban paulatinamente con cada gesto de dolor que les proporcionaban a dicha pareja, todos disfrutaban de cada segundo.
Liz había dispuesto espacios aptos para los zoofílicos (pues había llevado varios animales para los gustos exóticos) los coprofílicos, voyeuristas, exhibicionistas... ya que había estudiado con lupa los gustos más exóticos de cada una de las 80 personas que ahora, se encontraban en una bacanal llena de alcohol, drogas y mujeres y hombres ávidos por vivir unas de las mejores experiencias de sus vidas. Algunas cosas ciertamente no le llamaban la atención, pero el simple placer de observar lo que había logrado la tenía al borde de sus emociones, su cuerpo ya no era suficiente para experimentar todo lo que sentía.
Decidió hacer parte de los actos masoquistas, la amarraron a la jaula y uno por uno llegaban de todos los salones a hacerle las cosas más dolorosas posibles, eso la excitaba aun más, sentía como le metían objetos por su culo y como caía el semen de los presentes en su espalda, cara y adentro de su boca.
De un momento a otro, dejó de sentir sus manos y sus piernas, se sentía mareada y comenzó a vomitar mientras observaba como los demás se excitaban y gritaban con cada una de sus arcadas y de sus lágrimas, no entendía lo que estaba pasando, alguien le había tapado el rostro con una máscara de cuero que estaba humedecida y le puso una manzana en la boca que tenía un sabor y olor extraños, cuando sintió que algo filudo entraba hasta lo más profundo de su ser y le generaba gran escozor.
La fiesta continuaba afuera, ya iban terminando el segundo día lleno de orgías, drogas, licor... La “bodega” apestaba a sudor, orines, alcohol, mierda de animales. Hedía a sexo.
Todos se fueron yendo del lugar, habían acabado con todo, y los pocos que quedaban se encontraban tirados por el piso borrachos pero con la cara de placer máximo. Ninguno se dio cuenta que su anfitriona, yacía muerta todavía colgada en aquella jaula de hierro que ella misma había diseñado.
* Yo también quise aportar mi granito
de arena para los pecados capitales y si están leyendo
seguro ya saben que soy @cutemarieclaire
y la propietaria de este blog.
demasiado real!!! demasiadoooooooooooo creo que si sucediera, así sería!! MAXIMOOO
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