Encerrada en su habitación, color rosa hasta el techo, Cristina revisa un cajón debajo de su cama.
A simple vista, cualquiera creería que se trata del famoso “baúl de los recuerdos”, pero no. Desesperada, separa paquetes, mira fechas de vencimiento, cuenta cada cosa. Es un baúl lleno de comida: enlatados, mekatos, dulces por montones, chocolates y otra cantidad de comestibles.
Toma tres barras de chocolate, se sienta en su cama y empieza a comer. No le importa que haya terminado de almorzar y que esté llena hasta la coronilla. Para Cristina el único objetivo que hay es: engordar a como dé lugar.
***
Cristina Isabel Saavedra López, mejor conocida en su familia y por todos sus amigos como “La Flaca”, es una chica de 21 años de edad, de contextura delgada (bastante, la verdad), que toda la vida ha vivido acomplejada por ser la “desnutrida” de la familia. Su extrema delgadez, la ha llevado a sentirse una mujer fea y sin gracia, ha hecho de ella una persona insegura, negativa, amargada y hasta cierto punto resentida con la sociedad que la ha condenado a ser blanco de cuanto chiste flojo se ingenien refiriéndose a las personas delgadas.
- Estoy harta de esta flacura. No me puedo comprar una ropa decente, ni ponerme a la moda, porque nada me luce, no hay carne con que rellenar. – llora, mientras habla con Margarita, su mejor amiga de la universidad, quien al contrario de Cristina, es una niña que despierta muchas pasiones en los chicos por sus exóticas curvas y cuerpo voluminoso.
- Calma amiga, tranquila, tú eres una niña muy divina, mira esa cara preciosa que tienes. Lo de la flacura, ya lo solucionaremos, por lo pronto tienes que comer mucho, todo lo que puedas y semanalmente vamos midiendo resultados a ver cuánto has aumentado en masa corporal y peso. – Dice, Margarita, tratando de animar a su amiga.
- Gracias amiga, empezaré a seguir tus consejos, porque a final de año necesito estar más gordita y comprarme por fin la ropa que quiero, que pueda lucirla sin atormentarme. Limpia sus lágrimas, se despide de Margarita y se dirige a su casa.
Cuando llega, se acerca adonde su madre que está en la cocina sirviendo la cena.
- Flaca, ¿vas a comer ya?
- Sí mamá, y sírveme mucho mucho mucho, que vengo con un filo.
- ¡Uy! Eso sí que es un milagro. Ya te sirvo.
Esa noche comió hasta más no poder, incluso, se comprometió a lavar los platos de la cena, y acumuló en un plato las sobras de los demás familiares para después comérselas.
Trastornada con la idea de engordar para navidad, se ideó el “Plan Turkey”.
- Marga, ya empezó en funcionamiento el Plan Turkey.
- ¿Plan Turkey? Y eso qué contiene, no entiendo, explícame.
- Ay boba, así como la gente compra pavos pa’ engordarlos y comérselos en Navidad, yo procuraré engordarme a mí misma, pero pa’ lucir mejor en Navidad.
Margarita suelta la carcajada instantánea.
- De verdad estás loca amiga, pero ajá, en qué consiste ese dichoso Plan Turkey.
- Pues, nada, simplemente me dedicaré a comer lo más que pueda, comida que engorde, así tenga o no tenga hambre. Tomé el baúl donde guardaba mis muñecas de infancia, lo vacié y en lugar de juguetes ahora tiene comida de todo, y allí iré guardando lo que llamaré “municiones” para comer todo lo que pueda.
- Ay amiga, me da miedo que te enfermes por comer tanto, creo que mejor deberías ir donde el nutricionista a ver qué te recomienda.
- No seas boba, al nutricionista que vayan las que quieren adelgazar, pa’ engordar es cuestión de comer y comer mucho, y eso es lo que haré.
Así que Cristina puso en marcha su descabellado plan. Comía a toda hora, en cada lugar, cantidades ilimitadas de comida. Se hizo la mejor amiga de las pizzas, las hamburguesas, el pollo frito, los embutidos, entre más grasa le veía a la comida, más apetitosa se volvía para ella. En su casa, no le bastaba con su plato de comida, sino que siempre estaba pendiente a lo que dejaban los demás para comérselo.
Había noches en que no podía dormir porque la llenura era tal, que no podía mantenerse acostada, así que se pasaba sentada escribiendo o leyendo artículos en Internet con famosas recetas para aumentar de peso, o viendo modelos famosas por sus cuerpos voluptuosos, la ropa con la que ella se imaginaba en Navidad, luciéndola libre de complejos.
- Cuando esté más gordita ya no podrán decirme “María Palito”, ni me dirán más “Flaca”, ni nadie se reirá de mi porque los pantalones me quedan volando o porque mis piernas parecen spaghettis. Ya no seré esa mujer cadavérica que mucho tiempo he sido, ahora sí los hombres me mirarán con deseo, como a Marga, si, como a ella que todos la miran y admiran, que la invitan a salir muchos chicos y se da el lujo de decir que no. A mí ni siquiera me devuelven una mirada.
Y así pasaba noches filosofando sobre lo que sería su vida cuando aumentara de peso. En las mañanas, se pesaba y se tomaba las medidas, e iba anotando en una agenda que destinó exclusivamente para el “Plan Turkey” y comparaba diariamente.
Después de 2 semanas de intensa ejecución de su plan, notaba que el cambio no era mucho y esto la empezó a angustiar. Decidió que debía concentrarse más en su rutina, y casi que apartada del mundo, no hacía otra cosa que comer y comer, a toda hora, comía de todo, potes inmensos de helado inundaron la nevera, su habitación parecía un basurero de tantos paquetes vacíos. Se llenaba pero eso no le importaba, sentía que su estómago explotaría pero no hacía caso, engordar era el objetivo y ella lo quería lograr a como diera lugar.
Cristina se aisló en su habitación, que incluso se negó a recibir visitas de amigos, ni siquiera Margarita, su mejor amiga, que preocupada por su salud, la llamaba insistentemente, y ante la negativa de “la flaca” por recibirla, le contó a los padres de ésta las intenciones de su hija, pero ellos en lugar de preocuparse, manifestaron satisfacción pues sería bueno que su hija aumentara de peso y que mejor, que por iniciativa propia.
Llegó Navidad, y Cristina esclava de la comida y del peso, notó que a duras penas había aumentado 2 kilos.
- ¡No puede ser! Tanto sacrificio para nada. Sigo siendo la misma flaca escuálida de siempre. Nuevamente, tendré que conformarme con usar algún vestido que medio me quede bien.
El día de Nochebuena, la familia reunida celebrando, Cristina miraba fijamente, como su hermana lucía un pantalón ajustado, con una blusa de gran escote, que le permitía resaltar su figura y volúmenes.
- ¿Por qué no pude yo sacar el mismo cuerpo de Laura? Ella es tan perfecta y yo tan…tan…
No soportó más y sin que nadie lo notara, se paró de la reunión y corrió a su cuarto a llorar.
A la mañana siguiente, preocupada y al ver que Cristina no había bajado por comida para su desayuno, su madre subió a su habitación y al entrar notó a “la flaca”, tendida en su cama, pálida y una nota al lado que decía:
Lamentablemente, en este mundo no puedo ser la mujer perfecta que quiero. Me aburrí de ser la casi transparente, la que nadie mira, la que nadie desea. Porque si algún día alguien dijo que “por un beso de la flaca daría lo que fuera”, por mí nadie lo haría “ni aunque solo uno fuera”.
Me voy de este mundo para poder volver a nacer y ojalá reencarne en un cuerpo que sí me guste, y por fin pueda ser la mujer perfecta que nunca pude en esta vida.
Nos vemos en la otra vida.
Att.: La flaca que nunca quiso ser flaca.
Poseída por el dolor, de la hija que parte por una causa tan banal, la madre se arrodilla ante el cuerpo y entre lágrimas y sollozos tararea:
“Flaca, no me claves tus puñales por la espalda tan profundo no me duelen, no me hacen mal”.
* A Erika Paola la pueden leer en su Blog y su Twitter!