Él tenía muchas cosas para decirle, la relación no iba para nada bien y sólo él lo sentía, mientras ella seguía viviendo esas batallas del corazón en las que él quiere pero la mente no deja ir más allá, estaba feliz con su compañía y lo apreciaba en cada momento.
Pero llegó esa noche en la que ambos decidieron desnudar sus almas y sus pensamientos, ella de alguna manera pedía más dentro de los límites que él mismo había establecido, pero él en cambio exigía otras cosas que ella sabía que daba, pero él no lo veía así.
Lina habló por largo rato, él continuaba callado ante el monólogo, ella cada vez lo cuestionaba más por sus silencios, él siguió callado. Avanzó la noche y fue en ese momento en el que pasó un vendedor de flores, ambos sabían que ya todo estaba perdido pero Carlos le dice al vendedor
deme por favor una flor, sólo una, quiero decirle algo a esta hermosa mujer con esa flor, Lina lo miró con una sonrisa expectante y curiosa ante el giro que parecía que iba a suceder, sin embargo intentó mostrarse indiferente ante esa dichosa flor que el otro compraba en el momento más álgido de la conversación
tal vez no todo está tan perdido como creo... Pensó mientras que el señor de las flores, se retiraba con una amable sonrisa esperanzadora en su rostro.
Carlos por su parte continúa su acto, le entrega la flor, una rosa roja grande y hermosa, con sus hojas verdes brillantes, la sacó del empaque en el que venía, ella la olió, notó que no tenía espinas,
claro como todas las rosas que se compran en la calle.
Te entrego esta rosa y con esto me despido, tal vez ni nos volvamos a ver.
Lina apretó la rosa tan fuerte queriendo destruirla en un sólo instante, tal como todo iba sucediendo con su vida y fue en ese momento en el que deseó que esta gran flor roja tuviera espinas, para que al doblarla con tanta fuerza éstas le ayudaran a hacerlo desaparecer de su mente para siempre.
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