El pasado sábado fue un día de contrastes. A las 8 a.m. estaba sentadita juiciosa en una tienda, en uno de los barrios periféricos de la ciudad, solo esperaba que llegara la persona con quien debía encontrarme y posteriormente dictar una capacitación a madres líderes comunitarias. Durante la espera, que no fue corta, vi cómo el barrio se iba despertando con sus personajes característicos, algunas ventanas tenían banderas del Nacional y mientras eso recordaba que la noche anterior había dudado irme con camiseta verde ya que el plan era ir luego al estadio, lo hice igual.
Finalizada la capacitación una de las madres presentes, nos invitó a su casa a tomar "chicha" que ella misma había estado preparando con no menos de 15 días de antelación para disfrutarla justo este día, organizó con otros líderes un asado para verse el partido en comunidad, pero como no hay plata pa' tanto... o hay para la carne o la habrá para la cerveza y preferimos comer, la chicha la mezclamos con algo más para poder celebrar y el televisor ya nos lo prestaron para ver cómo mi Nacional queda campeón - ¿Y si no gana? (pregunté espontáneamente con la cara de hincha que hasta yo tenía ese día) - Igual celebraremos porque estamos bien y porque en la próxima será.
La casita, armada por partes, tenía todo fríamente calculado para los invitados, algunos vecinos estaban llevando sus muebles para poder acomodarse frente al tv. que apenas ahora le podían coger una imagen con una antena improvisada. ¿Y usted también se va a ver el partido? - Sí claro. No era necesario decir más, aunque en esas dos palabras estaba escondiendo mi gran emoción de ir por primera vez a un partido en el estadio, fue simplemente un golpe de suerte, me gané una rifa que desde el día anterior me tenía con las manos sudorosas, el corazón a mil, la ansiedad de ver el estadio remodelado, de sentir la emoción de las tribunas con cada jugada... Creo que hasta los ojos me brillaban.
Al bajar de allí, mi abuela me invitó a almorzar, luego me despidió con un "disfrute el partido y aléjese de los vándalos que por lo visto, hay muchos". La adoré y sin mucho convencimiento le dije que no pasaba nada y que en lo que acabara me iba, para evitar problemas en caso tal.
Mientras esperaba a las afueras del estadio a que llegaran con mis boletas y el amigo con el que entraría al estadio, me hice a la compañía de una vendedora ambulante a quien le compré agua y cigarrillos, entre los cuentos que me decía mientras gritaba la típica frase "sí hay, sí hay agua, cerveza, cigarrillos, sí hay chicles..." Al parecer la noche anterior había vendido más en un par de horas en el mismo lugar, que lo que llevaba por el momento luego de 8 horas de trabajo. Me indicó a qué revendedores se les podía comprar boletas a último minuto con confianza y a cuáles no porque no son de aquí, generalmente vienen de otras ciudades a dañarle el negocio a los de acá.
Su cara de cansancio mientras le daba instrucciones a su hijo para que vendiera más, solo se equiparaba con la necesidad que tenía, estaba atrasada con el pago del arriendo y al hijo le faltaban un buen par de tenis y me repetía varias veces Ojalá mi Diosito sea tan grande y que gane Nacional para que yo pueda vender todo lo que traje hoy.
Más se acercaba la hora y entre mi emoción autocontrolada más las historias escuchadas durante el transcurso del día, por mi cabeza no pasaban sino pensamientos positivos, sí obviamente quería que ganara el Verde, quería disfrutar de un muy buen partido, ya me imaginaba sin voz de todo lo que gritaría y al tiempo quería que todo saliera bien para ese par de mujeres que, como muchas, dan todo de sí para sacar adelante sus familias y en cuyo caso la paz en su comunidad.
Pasaron los 90 minutos largos y sufridos por ambos equipos, mi piel de gallina, el árbitro que no colaboraba (o dirán lo contrario los hichas oponentes), los hijueputazos de cada quien, la pólvora, las banderas... Y cuando finalmente quedamos campeones, deseé que a ellas dos les fuera bien en esa noche larga que nos esperaba.
Te Quiero Con Bugalú
Hace 1 año